miércoles, 14 de abril de 2010

los nacionales y populares K : la izquierda sensata y sensible...?

* Nº 316 - Marzo 23 de 2010 - Año 5

KIRCHNERISMO, LA TÁCTICA DEL ENGAÑO Y LA EXTORSIÓN, Y EL PAPEL DE LA IZQUIERDA

Dos compañeros de trabajo se encuentran, y uno quiere convencer a otro de asistir a un acto oficialista

- "Compañero, Néstor y Cristina son los líderes de la Liberación Nacional. Estos zurdos que se oponen al gobierno son funcionales a la derecha"

-"Ah, ¿si? ¿y cuáles son sus políticas para la Liberación?"

- "Mantener al país dentro de las reglas del Mercado Financiero Internacional, Pactar con el FMI, BM, BID y Club de París, sostener el sistema de explotación capitalista transnacionalizado, congraciarse con el G-7, apuntalar las empresas de servicio privatizadas, subsidiar a las empresas privadas, no recuperar el Petróleo ni los Recursos Estratégicos Naturales, poner la explotación minera en manos de empresas extranjeras, y pagar la Deuda Externa"

- "Ah, entonces con ustedes... la Derecha no hace falta"

Desde sus inicios, el gobierno kirchnerista y su entorno se ha encargado de crear una identidad bien definida a los ojos de la sociedad argentina. Se hacen llamar "Nacionales y Populares", "Progres", asumieron una mística "setentista", dicen luchar por la "Liberación Nacional" y tienen un discurso que algunos desprevenidos podrían tildar de "antiimperialista". Con ello se han ganado el favor -y el fervor - de muchos honestos compañeros que se encargan, desde un imaginario "izquierdista", de difundir y defender las acciones de la administración K.

Quieren hacer aparecer -y lo logran, lamentablemente -al oficialismo como el "zurdaje"

Basados en estos conceptos (y teniendo en cuenta que el kirchnerismo apareció como la opción "potable" para las clases dominantes, para recomponer la legitimidad y gobernabilidad del sistema, puesto en jaque por la Rebelión Popular del 2001), ante el avance de la "derecha tradicional", éstos compañeros nos quieren comprometer -junto con los alcahuetes del matrimonio presidencial -, a los militantes de izquierda a "apoyar al gobierno", para no "ser funcionales a la derecha".

Ellos nos quieren decir que si nos oponemos al oficialismo, nos alineamos con los sectores más reaccionarios de nuestra sociedad.

Y se postulan como "el progresismo" o la "izquierda sensata y posible"

Ante estos planteos, yo quisiera invertir la carga de la prueba. Y preguntarles a ellos:

"¿qué es lo que ustedes entienden por derecha?"

Me parece que ésa es la forma correcta de plantear el problema. Porque... el gobierno y sus acólitos nos dicen "nosotros o la derecha", y nos conminan a apoyarlos. Pero... ¿qué políticas son las que nos piden que apoyemos?

El diálogo que encabeza esta nota es más que elocuente. Este gobierno no ha tocado NADA de la estructura económica de dependencia y saqueo de nuestras riquezas, puesta al servicio, obviamente, de los sectores concentrados del poder económico internacional.

¿Qué es lo que quieren que apoyemos, entonces?

Los militantes de izquierda cargamos con muchos defectos en nuestras mochilas: aún no podemos acertar para unirnos, podemos aparecer como intolerantes y hasta soberbios a veces, no logramos tender puentes que nos acerquen al favor de las mayorías populares, pero... tenemos principios.

Principios ideológicos y éticos.

Y entonces, aunque nos pidan y nos extorsionen, no vamos a apoyar ni a éste ni a ningún gobierno que estructure una sociedad desigual y de explotación.

¿Podemos apoyar un gobierno que, luego de siete años en la Casa Rosada, ha conseguido que el 70% de los asalariados del país (más de 10 millones de trabajadores) ganen menos de $1900, cuando la canasta familiar ronda los $4200 según la CTA? NO, no podemos

¿Podemos apoyar la mentira permanente, el engaño sobre las "obras para todos" que reparten miseria, como las redes de agua "potable" que no lo es, como las plantas de tratamiento que no tratan sino pre-tratan poniendo en riesgo la salud de la población? ¿incluso obras que el 95% de los habitantes de este país no podrá disfrutar, cómo las que se realizan en los centros turísticos que sólo están pensados para que puedan disfrutarlos los ricos y los extranjeros? No, no podemos

¿Podemos apoyar un gobierno que se apoya en la estructura podrida y corrupta del PJ, con gobernadores que se enriquecen en su función, con intendentes mafiosos, con sindicalistas traidores, con punteros que obran como fuerza patoteril contra todo el que se anime a protestar? NO, no podemos

No vamos a apoyar mantener al país dentro de las reglas del Mercado Financiero Internacional, Pactar con el FMI, BM, BID y Club de París, sostener el sistema de explotación capitalista transnacionalizado, congraciarse con el G-7, apuntalar las empresas de servicio privatizadas, subsidiar a las empresas privadas, no recuperar el Petróleo ni los Recursos Estratégicos Naturales, poner la explotación minera en manos de empresas extranjeras.

No vamos a apoyar, de ninguna manera, el pago de una Deuda Ilegal, Ilegítima y Fraudulenta, y que, a pesar de ello, ya hemos pagado varias veces y con creces. Una "deuda" que fue investigada durante 18 años por un juez (Ballesteros) de las entrañas del sistema, que no es ni Lenin ni el Che, y que sin embargo determinó su Ilegalidad, contabilizando 477 delitos en su conformación, en un fallo histórico dado en el año 2000.

Este gobierno y sus cortesanos quieren terminar de legitimar ese odioso "endeudamiento" - que ha provocado nada más que desgracias para nuestro pueblo, traducidas en hambre, miseria y muerte - a los ojos de los buitres financieros, buscando la aprobación del Congreso Nacional.

Los militantes de izquierda no vamos a hacernos cargo de las culpas de los traidores al pueblo. Si la derecha que en el año 2003 estaba hundida en el más profundo foso del océano, hoy está viva y disputando institucionalmente el poder, es pura y exclusiva responsabilidad del gobierno K y sus desastrosas políticas que sólo le venden espejitos de colores a la gente.

Que no nos vengan más a extorsionar con eso de "nosotros o la derecha", porque con gobiernos "progres" como este... la derecha puede estar muy tranquila. Y los poderosos contentos.

Está en nosotros la responsabilidad de terminar con la concepción posibilista y resignada del "mal menor". Los sueños de una sociedad justa de verdad no pueden y no deben ser entregadas a las manos rastreras de los que engañan y explotan en los hechos, por más que los discursos suenen medianamente atractivos en alguno de los aspectos que debemos defender.

Esa postura es la postura de la impotencia. De la incapacidad para crear lo que verdaderamente hay que generar, una herramienta política de masas que luche por el poder para poder cambiar esta injusta realidad de raíz, para que por fin gobiernen los que nunca lo hicieron en nuestra historia: los trabajadores y las mayorías populares.

Gustavo Robles

postaporteñ@____________________________________

URUGUAY EL ENEMIGO PRINCIPAL

Editorial Agenda Radical Nº 1116, 22 de marzo 2010

Agendaradical@egrupos.net

"La pobre dialéctica de las contradicciones principales y las secundarias, su giro infernal, nos ha jugado ya muchas malas pasadas. Y el enemigo secundario, normalmente subestimado en nombre de la lucha contra el enemigo principal, las más de las veces se ha revelado como mortal". Daniel Bensaid (1)


El 1º de marzo dio comienzo una nueva etapa. La de las "causas comunes como Nación". Pobreza, seguridad, "reforma del Estado", educación. (2) Para el presidente de la República, estas "causas comunes" deberán abrazarse patrióticamente. Por encima de los "mezquinos intereses corporativos". Vale decir, por encima de los antagonismos de clase. No hay nada irreconciliable. Cuando se trata de construir "una patria para todos y con todos, absolutamente con todos".


En su discurso al asumir, fue enfático al respecto: "Vamos a buscar así el diálogo, no de buenos ni de mansos, sino porque creemos que esta idea de la complementariedad de las piezas sociales es la mejor (...) Nos parece que el diagnóstico de concertación y convergencia es más correcto que el de conflicto".


En esta perspectiva se caía de madura la reconciliación con los militares. Convocándolos a "una inserción de nuevo tipo en la sociedad", comprometiéndolos en el plan de "solidaridad e inclusión social" como forma de volver a ganarse el "respeto de la ciudadanía", aunque "esto es lo más difícil en la lucha por la unidad nacional, ser capaces de generar sentimientos, afectividad en el pueblo por sus Fuerzas Armadas".

El planteo de Mujica en la base área de Santa Bernandina, no sólo recibió el aplauso entusiasmado de los 350 oficiales presentes en la reunión del 16 de abril. Blancos, colorados, frenteamplistas, salieron en apoyo al presidente. Basta recorrer las notas y los editoriales tanto en la prensa derechista (El País, El Observador, Búsqueda, Últimas Noticias) como en la oficialista (La República, El Popular, Brecha), para comprobar el "amplio consenso".

Unos y otros coinciden con el jefe de Estado: "estas Fuerzas Armadas de hoy no deben cargar con ninguna mochila del pasado ante su pueblo". Los asesinatos, las desapariciones, las torturas, quedan al "juicio de la historia". En aras de las "causas comunes" que nos unen.


Evidente, esta reconciliación exige más que gestualidades y simbolismos. Impone decisiones políticas. Principalmente en el asunto de la impunidad del terrorismo de Estado.

De allí, la intención manifiesta del presidente (y de los principales dirigentes del Frente Amplio), de empezar de a poco a "dar vuelta la página". La preocupación por los "viejos presos" (un indulto de hecho) apuntaría en esa dirección. Se busca, según Mujica y su esposa la senadora Lucía Topolansky, poner fin a ese espíritu de "venganza" que, todavía, anida en sectores de la sociedad "que miran hacia atrás". En la misma línea que la ex ministra de Defensa, Azucena Berrutti. O sea, destruir toda reserva de memoria democrática.


El rumbo programático del gobierno está trazado. Bajo el cliché de "país agro-inteligente" se adoptarán los "modelos de asociación público-privada" que se aplican en los países de la OCDE (Organización de Cooperación de Desarrollo y Económica, que reúne a los principales países capitalistas del planeta). Es decir, una profundización de la subordinación del país a la lógica de acumulación que ordena el Capital mundializado. Con todas las garantías para empresarios locales e inversores extranjeros. Tal cual se les ofreció en el conclave del Conrad.


El paisaje económico es "tranquilizador" y el PBI volverá a crecer (4%) dice el ministro Fernando Lorenzo, alumno de Astori. A lo mejor y con un poco más de viento a favor, se podrá "reducir la carga impositiva" a los salarios. Sin aumentar, claro está, la de los patrones, que es la más baja del Mercosur (7,5%).


Aunque vuelven reaparecer en el horizonte algunos nubarrones. Mejor dicho, una vieja amenaza que trató de esconderse. En los primeros nueve meses de 2009 la deuda bruta uruguaya aumentó 12,8%, ubicándose ahora en US$ 19.943 millones. Lo que significa, por un lado, el 64,7% en términos de Producto Bruto Interno (PBI), por el otro lado, que la deuda por habitante es de US$ 5.942 (la suma que cada uruguayo tendría que pagar para cancelar la deuda del Estado).


A mediados de 2006, el gobierno de Tabaré Vázquez canceló por anticipado los US$ 630 millones que adeudaba al FMI. Era el camino indicado por Lula, Kirchner y Chávez para despegarse del FMI y "romper la dependencia". La deuda externa, decían, era cuestión del pasado. No obstante, más que reducir el nivel del endeudamiento público en los hechos se vio incrementado por la emisión de nuevos bonos con que cubrir la amortización. Y ahora se reconoce que la deuda continúa siendo un problema acuciante para la economía del país. Entre 2010-2011, el gobierno deberá enfrentar un pico de vencimientos de deuda que implicará el desembolso de US$ 2.881 millones. En el cuadro de una política económica neoliberal como la actual, la "contención del gasto" (inversiones sociales, salarios públicos, infraestructuras, etc.), será una de la prioridades del gobierno. Por lo pronto, ya se anuncia una reducción sustancial del déficit fiscal.


En resumen, los asalariados y las asalariadas pagarán la cuenta. Y los más pobres, destinatarios hoy de toda la filantropía mediática, tendrán que volver a esperar para ser "incluidos".


La iniciativa política está en manos del "progresismo". Marca la agenda, señala los temas y describe lo que nos pasa y lo que deja de pasarnos. Hegemoniza la narración. Tiene la capacidad de convencer, elemento clave en política. A tal punto que para los votantes de Mujica (sobre todo trabajadores y capas sociales empobrecidas) un gobierno del Frente Amplio es "mucho mejor" y preferible a cualquiera de la derecha. El juego de la "pobre dialéctica de las contradicciones principales y las secundarias" se reproduce así en el imaginario (y en el accionar) de los "sujetos" de quienes depende todo proceso de emancipación social.


Esta conciencia inmediata ("reformista" dirían los ortodoxos), le da sustento social y político al "progresismo". Entendido este como una opción programática y estratégica de colaboración de clases en el campo del orden capitalista. Esto es, una opción que defiende el régimen burgués de dominación y, en consecuencia, su sistema de acumulación y explotación.

Ahora, desde la cúspide de Estado, gestiona los pilares básicos del sistema: la arquitectura institucional antidemocrática; la apropiación privada capitalista del trabajo social; la subordinación del país a las instituciones financieras de la mundialización imperialista.


Las denominaciones de esta opción "progresista" varían según quien las diga: socialdemócrata, social-liberal, batllismo tardío, neoliberalismo restringido, etc. Las fórmulas importan poco a la hora de (re)pensar una estrategia de lucha de clases y una alternativa programática revolucionaria y socialista. Lo decisivo, sin embargo, es la definición: el gobierno del Frente Amplio es hoy el enemigo principal.

En la medida que, como instrumento del Estado capitalista, garantiza las condiciones políticas y materiales (socio-económicas) de la reproducción del poder de clase de la burguesía.


El "progresismo" es una maquinaria político-electoral que convence y también compra, es una formidable barrera que se levanta ante cualquier proceso de transformación social y, por tanto, a toda perspectiva anticapitalista.


Obviamente, esta hegemonía "progresista" no es una maldición divina que cayó del cielo.

Es el resultado de un largo proceso objetivo donde, las relaciones de fuerzas se volvieron - por medio de sucesivas derrotas y otras tantas capitulaciones de las direcciones políticas y sindicales del Frente Amplio - cada más a favor de la dominación del Capital. Son estas condiciones concretas de las relaciones de fuerzas entre las clases antagónicas, las que permiten al "progresismo" y al gobierno de Mujica en particular, construir percepciones socio-culturales de "paz social", de "consenso" y, en definitiva, de "diálogo en la sociedad civil". Por eso, la idea de "confrontación" pierde adeptos día a día. Está devaluada.


El Instituto Cuesta-Duarte del PIT-CNT, es una fotografía de esta realidad. En su boletín informativo por internet del 15 de marzo resalta en la portada una noticia: las declaraciones del presidente de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), Juan Somavia, a la revista de negocios América Economía, donde el funcionario destacó el ejemplo de Uruguay en el "manejo del conflicto laboral". Para el funcionario, el país es un modelo en "creación de consensos", de "negociación tripartita", y de "diálogo social". Factores decisivos que, como sabemos, integran la estrategia de colaboración de clases del PIT-CNT.


El gobierno recién comienza, por lo que hacer una predicción sobre la dinámica futura sería un ejercicio inútil. Mujica asume con un 62% de popularidad (menor que la de Tabaré Vázquez en 2005), y una relativa expectativa. Nadie puede afirmar cuánto durará la "luna de miel", ni tampoco que habrá un cheque en blanco. Las primeras iniciativas del gobierno ("reforma del Estado", "plan de solidaridad e inclusión social", trabajo "voluntario", reforma de la ley de humanización carcelaria), adquieren ante todo el carácter de globos de ensayo.


Por el momento, las reacciones son tibias. Aunque una cantidad de luchas sindicales muestran sin embargo la existencia de una resistencia que, sobre todo, demanda condiciones dignas de trabajo y de salario. Como la huelga del Sindicato Único de Transporte Obrero de la Leche (Sutol), empresa distribuidora de Conaprole en Salto; la movilización de la Asociación de Funcionarios de la Lucha Antituberculosa; la ocupación de los trabajadores de Bloquera S.A. en San Carlos, Maldonado; la huelga de los trabajadores de la Cooperativa de Funcionarios de Cerámica de Lavalleja, donde los "cooperativistas" financiados por el Fondo Raúl Sendic, convertidos en patrones, explotan y obligan a los asalariados a trabajar en condiciones infrahumanas; la lucha de los trabajadores de la empresa Montes del Planta (fusión de las papeleras sueco-finlandesa Stora Enso y la chilena Arauco) en Conchillas, Colonia.


Mientras tanto la crisis socio-económica tiñe el paisaje de fondo. La dimensión de la "fractura social" (desempleo, pobreza, marginación, violencia), se mide en la crónica policial.

En el barrio Marconi, en Malvín Norte, en el liceo 62; en la polémica sobre los "menores infractores" y en el cómo reprimirlos con "mayor eficacia"; en el drama diario de las "peores cárceles del mundo"; en las muertes de mujeres en el hospital siquiátrico Santín Carlos Rossi de San José.


El gobierno ha hecho del "combate a la pobreza" su buque insignia. Pero en la medida que la política económica continuará bajo la matriz neoliberal, acordada con el FMI y el Banco Mundial en 2005, los "planes asistenciales" seguirán pareciéndose a una puerta giratoria: unos salen, otros entran. Aunque la mayoría de los 650 mil pobres se quedan como tales, por más piruetas que haga el INE (Instituto Nacional de Estadística) para disfrazar las espantosas condiciones de los más desposeídos. Nadie puede aceptar como válidos los topes que el INE marca para determinar quien es ser indigente o pobre. Decir que una persona es indigente sólo cuando tiene un ingreso inferior a $1.636 mensuales, o que una persona es pobre sólo cuando gana menos de $4.899 mensuales es, sencillamente, una vergüenza. Sirve como arma de propaganda política para decir que la pobreza "disminuyó" al 19% de la población. Pero es intolerable para cualquiera con un mínimo de decencia.


Notas


(1) Daniel Bensaid (1946-2010), "Fragments mécréants: Sur les mythes identitaires et la république imaginaire" (Fragmentos incrédulos: sobre los mitos identitarios y la república imaginaria), Lignes, Essais, París 2005.
(2) En próximos editoriales de Agenda Radical iremos tratando estos temas
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ANATOMÍA Y FISIOLOGÍA DE UNA PALABRA CANALLA: "DESAPARECIDOS"

El porqué de la supervivencia de un fósil procesoico

Por Juan del Sur

El 2 de abril de 1976, al asumir el cargo de ministro de Economía, Martínez de Hoz aseguró que los principales beneficiarios del plan económico que ponía en marcha serían los trabajadores. Algo más de una década después, Menem prometió la revolución productiva y el salariazo. Los ejemplos podrían multiplicarse hasta el infinito, pero basten estos dos para demostrar que los explotadores jamás le han dicho ni le dirán a los explotados frontalmente cuáles son sus propósitos, empezando por declarar que el sistema que defienden no tiene otro objetivo que el beneficio del capital. De cabo a rabo, pues, el discurso de los opresores es un tejido de mentiras, pero eso no es lo malo. Lo malo es que haya quien se las crea y, peor aún, las propague. En las siguientes líneas vamos a desmontar una de ellas para tratar de descubrir qué mecanismos operan para que sobrevivan y circulen entre nosotros pese a su rampante inadecuación a la realidad.

Hace algún tiempo estuvieron en un programa de televisión los responsables de una granja educativa para jóvenes con retraso mental, donde la experiencia de trabajar y valerse por sí mismos es utilizada como un camino a la normalización.

En su primera intervención en cámaras, el vicepresidente de la entidad se refirió a los educandos -de edades comprendidas entre veintiuno y treinta y pico años- como los "chicos", ante lo cual la psicóloga de la institución, que lo acompañaba, lo corrigió con un alegato que explicaba por qué a estos jóvenes no había que llamarlos así -sino "colonos" o "jóvenes"-, pues aquella designación es un reflejo de la actitud sobreprotectora de los padres y otros mayores y colaboradores que los ubica en el papel de perpetua minoridad, lo cual conspira contra el desarrollo de su autonomía y entra en flagrante contradicción con los propósitos de la institución. El autor de la gaffe se llamó a silencio, cohibido, y la psicóloga, que entonces asumió la voz cantante, no dejó de llamarlos "chicos" en el resto del programa -por lo menos, medio centenar de veces- al igual que el técnico agrónomo y el casero-encargado en sus apariciones grabadas.

¿A qué viene esta historia?: a que no hay motivo para dudar de las buenas intenciones -respecto al progreso de los educandos- de las autoridades, colaboradores y padres comprometidos en la iniciativa. Sin embargo, el reiterado lapsus -"chicos"-, impecablemente interpretado por la psicóloga, está expresando que hay algo más allá de lo que se declara y se cree sinceramente, un núcleo profundo que, a no dudarlo, está operando y no sólo bajo la forma de aquel traspié freudiano.

Vaya esta anécdota, en la cual los lectores no tendrán conflicto en admitir el evidente contraste entre el discurso y la práctica, para poder entrar de lleno en otra contradicción originada en el uso de una palabra que es el paradigma de todas las canalladas desinformativas de que se vale el poder para desvirtuar y embrollar la realidad: la palabra es "desaparecidos", aplicada a las personas secuestradas y mantenidas en cautiverio ilegal -y ulteriormente asesinadas en su mayoría- por fuerzas que respondían a los gobiernos actuantes entre 1973 y 1983. Esta palabra, en el contexto de la caracterización, la denuncia y el reclamo de verdad y justicia sobre los crímenes de entonces es tan impropia y contraproducente como "chicos" en el asunto anteriormente mencionado. ¿Por qué, entonces, su uso tan generalizado y por qué muchos de los que por su militancia en favor de los derechos humanos deberían proscribirla de su lenguaje y denunciarla cada vez que aparece han llegado, por el contrario, a defender su utilización? Para responder esta pregunta primero tenemos que hacer un poco de historia.

La idea es no mancharse

"Desaparecidos" fue la palabra que, primero en Guatemala y luego aquí, regímenes que debieron enfrentar la resistencia popular consideraron más ventajosa para desculpabilizarse de los secuestros, cautiverios clandestinos y asesinatos de opositores: la palabrita, además, era funcional para aquellos que no querían saber lo que pasaba, o profesaban una complacencia más o menos explícita hacia la represión, o fingían adoptar una posición de neutrales ante una supuesta "guerra". "Desaparecidos" tenía el éxito asegurado, en un país en el cual más del 90 % de las personas se identifica con los partidos "populares", cómplices -o autores ellos mismos- de la represión y el terrorismo de Estado.

Casi todos habremos visto u oído alguna vez esa grabación en la cual Videla se refiere al estatus de la víctima de esta modalidad represiva diciendo que "mientras sea desaparecido no puede tener ningún tratamiento especial... No tiene entidad, no está ni muerto ni vivo. Está desaparecido". También -entre otros- Viola y el propio "Informe final" de la dictadura sobre la represión desarrollaron con vilezas parecidas esta teoría de las "desapariciones". Hitler -siempre un precursor- tenía otro nombre, "reubicados" para referirse sin ensuciarse a los deportados y asesinados en masa. Es obvio que una estrategia que comienza por negar la existencia del propio delito es la mejor defensa para el autor de éste. Por supuesto, la desaparición de personas existe, pero esa categoría no es aplicable a las víctimas de un plan que se propuso el exterminio de una ascendente generación de militantes sociales, un 78 % de las cuales fue secuestrada ante testigos y otro porcentaje fue visto en centros clandestinos de detención por sobrevivientes de estos lugares. Incluso, respecto de los no comprendidos en esos casos, las circunstancias de su militancia político-social y otros pormenores hacen enteramente plausible la posibilidad de que hayan corrido la suerte de los anteriores.

Por fin, los denominados en la Argentina "desaparecidos" no están en la misma situación de aquellos a quienes se les ha perdido el rastro en el medio del pandemonio de una guerra, con grandes batallas, bombardeos devastadores, evacuaciones, migraciones y deportaciones masivas o de aquellos otros que se han visto envueltos en una gran catástrofe y no se los encuentra ni vivos ni muertos. En cambio, las personas de las que aquí no se tuvo más noticias tras haber sido víctimas de la represión fueron secuestradas en el marco de jurisdicciones bien delimitadas, con responsables definidos y en función de objetivos claramente determinados. Este carácter quirúrgico, dirigido específicamente contra quienes la dictadura tenía motivos para considerar enemigos peligrosos (¡muy distinto de la "represión indiscriminada", según nos enseñaban las Madres de Plaza de Mayo!) excluye la posibilidad de aplicarles la categoría de "desaparecidos", pues hacerlo, justamente, los priva de su ser más esencial: la causa por la que vivieron, lucharon y murieron.

Las palabras no son entidades inertes

A esto lo único que se opone es una comprobación de hecho: "la gente los conoce así, el mundo les ha dado esa denominación a las víctimas de ese delito al convertirse en una modalidad específica de la represión en América latina". Para empezar, "el mundo" no ha sacado espontáneamente de su magín esa denominación: ella es un triunfo de los asesinos y una muerte más para las víctimas. Veámoslo de este otro modo: "el mundo" puede llamar "degenerado" a quien tiene una elección sexual diferente a la de la mayoría. Pero si éste y quienes tienen una visión más amplia o distinta sobre ese tema aceptan pasivamente esa denominación, aceptan con ella la carga emocional, ideológica y jurídica -cultural, en suma- que decide su destino social.

Por eso, por ejemplo, un homosexual con las ideas claras no se llamaría a sí mismo degenerado, ni alguien detenido irregularmente y mantenido en cautiverio ilegal se referiría a sí mismo como desaparecido, sino que si pudiera -y como una tarea más derivada de su compromiso militante- trataría de que la sociedad asumiera su responsabilidad ante ese grave delito y, con ella, tomara conciencia de las realidades políticas que lo originan.

Es monstruoso que los llamen así quienes, por ejemplo, han sido testigos del secuestro y cuentan cómo quedaron en el marco de la puerta la huella de sus uñas como signo de su desesperado intento de resistencia cuando lo arrancaban de su casa.

¿"Desaparecido" el trabajador judicial que fue detenido en el propio juzgado por militares del Ejército uniformados, tras apersonarse quien los comandaba ante el juez y pedirle que llamara a la víctima a su despacho para poder llevársela sin escándalo? (ese mismo juez puede luego contestar en forma negativa el hábeas corpus presentado por los familiares del secuestrado). Respecto de esa metodología represiva, el caso de las trescientas personas que se llevaron de Libertador y Calilegua, en Jujuy, es paradigmático: una operación de la que participan autoridades que permiten el corte de luz en dos pueblos, responsables de las empresas generadoras de electricidad que los practican, militares, gendarmes, policías, directivos de Ledesma que ceden los camiones, choferes y miles de testigos, no es una operación de la cual resulten "desaparecidos": ¡toda la sociedad sabe con certeza absoluta quién se los ha llevado! Por más que las Fuerzas Armadas respondan con evidente cinismo "nosotros no los tenemos, no sabemos dónde están, están desaparecidos", la sociedad, ya lo hemos visto, sabe que no es cierto.

Sabe que no es cierto, pero marche preso. O secuestrado.

Por lo tanto, llamarlos "desaparecidos" es querer dejar de saber lo que se sabe, propagar una mentira, no hacerse cargo de la realidad de los hechos, quitar a los secuestradores la responsabilidad que han contraído acerca de las personas que han tomado prisioneras.

¿Qué hay detrás de esto?

Por lo menos, una de cada dos personas con que uno se tropieza por la calle ha votado por el peronismo en todas las elecciones desde la restauración de las instituciones republicanas; más del 90 % de los que se apretujan en el padrón electoral han puesto sus boletos en las patas de los "partidos populares", sean éstos del ámbito nacional o provincial. Todos ellos conforman la "opinión pública". ¿Quién se atreve con este monstruo, quién quiere impugnar sus prejuicios políticos? Para hacerlo hay que tener convicciones sólidas, honestidad y coraje. Esas virtudes, en circunstancias críticas, suelen ser premiadas con la muerte. Como dice el proverbio árabe: "Dad un caballo al que dice la verdad. Lo necesitará para huir". Sin llegar a tanto, no hay muchos capaces de soportar el ostracismo entre sus propios contemporáneos: a la gente le gusta el calorcito. Más vale hablar de "desaparecidos" que quedarse afuera, a la intemperie, por empecinarse en hablar de política. ¿En qué sentido? Lo hemos dicho: si hay un delito, hay responsables. Si el delito es a escala individual, serán responsables particulares o grupos sin incidencia en las decisiones del poder. Pero existirán responsabilidades políticas si los delitos provienen de una dirección común y atañen a la sociedad en general. Y frente a estos últimos, los obligados a darles resolución son los partidos políticos, entre los cuales los mayoritarios son los que decidirán la actitud que ha de tomar la sociedad.

La palabra "desaparecido" les permitió a esos partidos mirar para otro lado (a los partidos y a la ciudadanía): si están "desaparecidos" no sabemos dónde buscar, qué hacer. Si se hablara de secuestrados por los militares se sabría que hay que buscar en los cuarteles, mirar hacia el gobierno: interpelar a éste, presionarlo, acusarlo, acorralarlo, responsabilizarlo. La palabra "desaparecido" abre un cono de vacío, de silencio, de bruma, así como la palabra secuestrado ilumina nuevas categorías: hay un delito, una víctima, unos delincuentes, cómplices y entregadores, alguien para rescatar. Y hay una sociedad agraviada, y móviles, como en todo delito. Si desde un principio se hubiera esgrimido esta palabra como un arma, a despecho de los esfuerzos de los represores por imponer la otra, hoy en cada uno de esos casilleros tendríamos nombres u situaciones concretas. Por ejemplo, la mayoría de los políticos que han sido favorecidos por el voto popular desde el ´83, o estarían escondidos, o purgando sus crímenes, o habrían emigrado siguiendo la ruta del producto de sus rapiñas: ¡cuánto dolor y cuánto desastre nos hubiéramos ahorrado!

Por ello, la palabra "desaparecido", aplicada a las víctimas del genocidio, tendría ser como un test: quien la usara debería quedar en evidencia como un imbécil o un canalla.

Portadores sanos y de los otros

"Entre el mundo de la idea y el de la forma existe un abismo que sólo puede salvar la palabra", dijo Bécquer. La palabra justa, la palabra verdadera, porque la falsa sólo nos lleva a estrellarnos en lo insondable. Por ejemplo, "los desaparecidos están todos en el exterior", frase que esgrimían aun las buenas personas que no querían ver la realidad, no se hubiera podido enunciar cambiando "desaparecidos" por "secuestrados". "Desaparecidos" era funcional a un discurso. Una pieza dentro de un engranaje ideológico del cual no participaban únicamente sus usufructuarios sino las víctimas que no tenían la integridad o la preparación necesaria para examinar la realidad con mirada propia. Recordemos que, creyendo hacerles un favor a sus hijos detenidos-desaparecidos, las madres sostenían aquello de "mi hijo era un buen chico, trabajaba y estudiaba y no se metía en nada" o lo de la "represión indiscriminada" que repetían hasta desgañitarse oscureciendo y confundiendo todo. Pero esas -aclaremos- son expresiones bien intencionadas, aunque desesperadas. En cambio, cuando se les ofrece la ocasión, los políticos del sistema suelen decir "todo el pueblo argentino se opuso desde el primer momento a los crímenes de la dictadura": claro, mezclados en la muchedumbre ellos obtienen también su salvoconducto. Para ocultar un elefante en la calle Florida sólo hay que llenarla de elefantes.

¿Alguien oyó jamás de Hadad, González Oro, Menem, Balbín, Feinmann, Mauro Viale o Grondona la expresión "detenidos-desaparecidos"? No, ellos son súper consecuentes. El último de los nombrados, Grondona, dijo en su programa "Hora Clave" que durante la dictadura "no quería enterarse mucho de lo que pasaba. Dudaba: ¿será verdad lo que se dice?". Si quería saber si era verdad, podía averiguar; si no supo es porque no averiguó, o sea, no quería saber. Además, si muchos pobres y desconectados mortales sabíamos, es totalmente increíble que él, periodista y con contactos en todos los ámbitos, no supiera. Pero hay algo más decisivo para juzgarlo que esta legítima deducción: cuando "supo" (admitió saber) cuál había sido la verdad sobre los que él llamaba "desaparecidos" siguió pese a ello llamándolos del mismo modo, y no secuestrados o detenidos-desaparecidos.

A los militares secuestrados por las organizaciones guerrilleras no se los llamaba desaparecidos en los comunicados oficiales ni en la prensa, ¿por qué sería?, aunque efectivamente estuvieran mejor encuadrados en este significante que quienes habían sido aprehendidos por los militares, los cuales están organizados en estructuras institucionales con responsables individualizados, con afincamientos mayormente ubicables y, en aquel entonces, una cúspide única reconocible en la junta militar.

Identidad, sí, pero... ¿cuál identidad?

Así como las Madres demandan verdad y justicia pero poco favor le hacen a la verdad al aceptar la mistificación de "desaparecidos" sobre la base de posturas oportunistas (¿"la sociedad, el mundo los conoce así", dicen?: los conoce mal, debemos responderles), las organizaciones HIJOS y Abuelas expresan una verdadera obsesión por el tema de la identidad. Pero, cuidado: identidad es identidad biológica, filiación, nombre, pero también historia. Y la historia es política, lucha y, generalmente, represión: y como parte de ella, secuestros, con autores, cómplices y avestruces que no quieren ver. ¿Qué debemos hacer, cavar pocitos para que escondan la cabeza o ponerles la realidad delante de los ojos?

Si el uso del nombre "desaparecidos" respecto de las víctimas directas de la represión es canallesco, respecto de los hijos de estas víctimas es, además, destructivo. Tomemos el caso de las hermanas Jotar, hijas de detenidos-desaparecidos, una de las cuales al momento del secuestro de sus padres tenía edad suficiente como para advertir conscientemente la ausencia de ellos: su percepción "mi mamá me abandonó" tiene una sola respuesta capaz de no destrozar los vínculos fundantes de su personalidad; no la explicación de Videla, sino la verdad de cómo y por qué le arrancaron la madre de su lado.

Y si para explicarle a la hermanas Jotar la definitiva ausencia de sus padres hay que apelar a la verdad, administrada con la debida delicadeza, ¿por qué escamotearle a la sociedad esta verdad, por qué no ponerle las palabras justas, por qué hacerla digerible para los hipócritas, ávidos de esa oportunidad? Esos "por qué" tienen, desde ya, una respuesta: limitaciones políticas, de clase, de coraje. Porque el único coraje no es tomar un arma: también lo es desprenderse de hábitos intelectuales, prejuicios. Hace falta coraje para dejar de mantener nuestras ideas cuando sólo encubren nuestras debilidades o nuestra pereza intelectual.

Se empieza cediendo en las palabras...

Lo decía Bacon: saber permite prever, y sólo quien es capaz de prever tiene poder, el poder de modificar su realidad. El saber empieza por llamar a las cosas por su nombre; de las palabras derivan reglas para la acción: si llamamos "calambre en un muslo" a una fractura de fémur vamos a dejar rengo a alguien. Nosotros nos referimos a los revolucionarios de Mayo como "patriotas", pero desde el ángulo de los intereses de la Península ellos podían ser los rebeldes, los sediciosos o, aun, los delincuentes subversivos. Entre dos bandos en guerra no hay un marco para un lenguaje común respecto de las cuestiones en disputa: lo que para uno son "legítimos derechos", para otro son "pretensiones inadmisibles". El lenguaje tiene una función explicativa de la realidad y una misión unificadora... de lo que puede ser unificado: no los asesinos con sus víctimas, no los explotados con los explotadores. ¡Qué lamentable que nosotros mismos digamos "la crisis debemos pagarla entre todos", sin pensar que "crisis" es un eufemismo para los incautos que encubre una furiosa guerra de concentración capitalista! ¡Con cuánta ligereza hablamos de "ajuste", cuando se trata de una redistribución regresiva del ingreso, o sea cuando nos meten la mano en el bolsillo para sacarnos lo poco que teníamos!

Los populistas hacen un culto de todas las debilidades ideológicas del pueblo. No sólo no les parecen lamentables y dañinas, sino que nos quieren hacer creer que son admirables. Como decía Zitarrosa:

"La pobreza y la ignorancia

del pueblo, son sus amores:

no encuentran causas mejores

para comprarse otra estancia."

En la Carta sobre el humanismo (1947) Heidegger enuncia una de las más célebres frases del pensamiento del siglo XX: "La palabra -el habla- es la casa del ser". Un año antes, en "L'Unitá", Pavese escribió: "En las palabras que adoptas está tu clase y tu trabajo, lo que sabes, lo que comes, las personas que frecuentas. Todo está en las palabras".

Muchas veces lo hemos olvidado. Medio siglo después de que ellos nos previnieran un economista tuvo ocasión de verificar los daños: "El capitalismo de hoy, que invade culturas, disloca sociedades, destruye soberanías y decide nuestro futuro, ¿cómo no iba a robamos el idioma?", escribió Manuel Fernández López en su columna en "Cash". Y continuó diciendo que los usufructuarios del orden neoliberal a lo clandestino le dicen "informal"; al trabajo precario, "flexible", y así siguiendo. Si queremos ponernos la soga al cuello, nosotros podemos hablar de "racionalización" cuando trabajadores son dejados en la calle... como si fuera "racional" que los hombres estén al servicio de la economía y no a la inversa. Y así andamos, tratando de comunicarnos, de entender y de construir con palabras inservibles que nos han sido inoculadas por nuestros enemigos. ¿Qué hacer? Dejemos que lo diga John Berger: "Toda forma de confrontar a la tiranía es comprensible. Dialogar con ella es imposible. Para vivir y morir debidamente, las cosas han de nombrarse debidamente. Reclamemos nuestras palabras".

juan-del-sur.blogspot.com

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